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EL ESPÍRITU SANTO Y
PENTECOSTÉS.

Lic. Juan José Jaramillo S.
Orthodox Church in América.
Edición: Padre Juan Bautista Vásquez
Como todas las fiestas judías, Pentecostés fue,
en su inicio, una celebración relacionada con acontecimientos naturales,
precisamente la fiesta de la siega. En el mes de mayo (tercer mes del año
según el calendario hebreo) las cosechas de cereales alcanzan su madurez en
Palestina. Por entonces, los files peregrinan a Jerusalén para
ofrecer a Dios en el Templo las primicias de la cosecha y manifestar su
alegría y gratitud. Pentecostés significa algo así como cincuenta,
porque se celebra después de una semana de semanas (7X7= 49 días después de
la Pascua.) A esos cuarenta y nueve días se añade otro, símbolo de la
plenitud mesiánica del día octavo o día del Mesías, y hacen cincuenta. (Dt.
16, 9-12).
Con el correr del tiempo Pentecostés deja de ser un rito vinculado con la
naturaleza y pasa a ser el recuerdo de día en que Dios entregó la Torah
a Israel en el Sinaí, uniéndose a la Pascua. Los judíos recordaban cómo
Moisés ascendió al Sinaí para buscar las
tablas de la Ley y cómo al ser promulgada todos escucharon sus palabras como
una sola palabra. Esto es aplicado a Jesús, que asciende al Padre para dar
la Promesa Eterna, el Espíritu, la Nueva Ley grabada en los corazones de sus
fieles. Precisamente con el
relato de Pentecostés quiere decir Lucas que se inaugura la era mesiánica
con el Espíritu para todos. La Iglesia antigua de los Padres apostólicos,
tenía esta fiesta en tal estima que hasta prohibía a los cristianos ayunar y
ponerse de rodillas.
Para los cristianos el Espíritu Santo no es un
tratado doctrinal gélido y petrificado, sino el mismo Dios en acción.
En el Antiguo testamento, el espíritu aparece como la "RKwh" ("ruaj"),
que significa aire en movimiento, viento, soplo, aliento, tormenta. El
Espíritu es el aliento que infunde vida y sin el cual el ser humano
permanecería espiritualmente inerte. Es un misterioso
viento divino que el hombre no puede domesticar ni manipular (Jn. 3, 8).
El Espíritu (ruaj) no es una cualidad natural
del ser humano que esté en él, como un enclave oculto en su cuerpo, eso en
hebreo se dice "Nkvrwsl" ("Nephesh"), que significa alma, vida.
"Ruaj" es lo sobrenatural, pertenece a Dios, puede estar en la persona,
pero de prestado, pues el hombre no manda en la ruaj.
Es importante mencionar que "ruaj" es un
adjetivo femenino, donde da a entender una acción creativa y vivificadora,
como confirman (Gen. 2, 7 ; Sal. 104, 29ss. ; Job. 34, 14 ) La ruaj
de los seres vivos (Gen. 6, 17 ; 7, 15-22 ; Num. 16, 22) depende
permanentemente de la Ruaj creadora de Dios (Is. 40, 6-8). "Escondes el
rostro y se espantan, les retiras tu aliento (ruaj) y los recreas y
renuevas la faz de la tierra" (Sal. 140, 29-30). La inclinación del soplo (ruaj)
de Dios hace que toda la creación levante sus ojos a Él.
El "Espíritu del Señor" es esa apertura mutua
entre Dios y su mundo, pero sin olvidar que es una energía que puede dominar
a las personas desde dentro y desde fuera, pero que no forma parte integral
suya. El espíritu es como un huracán que penetra los desiertos y aúlla a
través de los bosques (Is. 40, 7). Lo trascendente no se puede domesticar,
por eso penetra en nuestras mentes de forma perturbadora y misteriosa.
La Ruaj es pues, el Poder Creador y
Vivificador de Dios. "La Ruaj de Señor empollaba las aguas del abismo..."
(Gen. 1, 2) La fuerza de Dios sobre el caos empolla vida como un paloma
incuba su nido. "Por la palabra del Señor fueron creados los cielos; por el
aliento (ruaj) de su boca fue creado todo su ejército". (Sal. 33, 6)
A través de Moisés se pretende institucionalizar
el Espíritu que se deposita en los setenta ancianos (Num. 11, 25), pero
siempre surgen profetas en los que reposa el Espíritu carismático de poder
(Os. 9, 7 ; Miq. 3, 8 ; Is. 11, 1-5 ; 30, 1 ; 31, 3 ; 48, 16 ; Zac. 7, 12 ;
Ez. 11, 24-25 ; 3, 14 ; 37, 1 ; 8, 3; ) Sin embargo, con el correr del
tiempo, Dios deposita su Espíritu sobre su siervo (Is. 42, 1) y su ruaj
descansa sobre su ungido (Is.61, 1). Más aún, el derramamiento del Espíritu
sobre todo Israel prometido (Ezequiel 39, 29)
En Isaías 59, 21 se entiende como un Don permanente y en Joel 3,1
como un carisma profético. Todavía en El antiguo Testamento uno tenía
que ser un personaje
extraordinario para poseer el Espíritu de Dios. Había que ser
profeta, estadista, rey, sabio o artista. (Prv. 1, 23 ; Ex. 31, 3).
Por supuesto que Dios había dicho: "Mi Espíritu estará en medio de
vosotros" , pero esto se le decía al pueblo como un todo, no a cada
sujeto en particular. Sin embargo, la característica del tiempo mesiánico es
el Espíritu dada a todos: " Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre
todo mortal y profetizarán vuestros hijos e hijas; vuestros ancianos soñarán
sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Y también los esclavos y
esclavas." (Jl. 3, 1-2) Ese día se describe como una Nueva Alianza,
un nuevo gobierno de
Dios, donde Él colocará su espíritu en el pecho de cada individuo, desde el
más pequeño hasta el más grande (Jr. 31, 31 - 34). La Alianza ya no estaría
escrita en tablas de piedra, sino en cada corazón, se acabaría el "tu
debes" y se daría paso al "tu puedes" Dios daría su espíritu a través de su
ungido, el Mesías, capacitándole para ser un buen pastor, que sería
el Rey perfecto que inauguraría el reinado de Dios y sobre quien descansaría
plenamente el espíritu (Is. 11, 2).
"Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido,
a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi Espíritu, para que promueva el
derecho en las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, la mecha humeante no la apagará. Promoverá
fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho
en la tierra, y en su ley que esperan las islas". (Is. 42, 1-4) Finalmente
el capítulo 61 de Isaías describe al futuro Mesías con la imagen que Jesús
escogió para darse a conocer como tal: "El Espíritu del Señor descansa sobre
mí, pues el Señor me ha ungido; me ha enviado a dar la buena noticia a los
pobres, a curar los corazones desgarrados, a anunciar la liberación de los
cautivos y a los prisioneros: La libertad!" (Lc. 4, 16 – 21).
El término "Pneu)ma", ("Espíritu") se opone a que de una
definición que lo fije , pues continuamente está asociado a la
incalculabilidad, es siempre un extraño, pues es la presencia actuante de
Dios mismo, un poder indeterminado. Esa Ruaj crea y vivifica la
creación, suscita y dirige a los personajes carismáticos, descansa sobre
los reyes y especialmente descansará sobre el ungido final, sobre el Rey de
los reyes, sobre el Mesías - Cristo, para derramarse luego sobre todo
el Pueblo de Dios como una ley interiorizada que los hará capaces de
profetizar y alabar a Dios en lenguas extrañas.
A través del Espíritu, Dios habita en el ser humano, sufriendo con él,
poniéndose triste y ensordecido y acompañando al hombre incluso en su
extravío, llenándolo de impulsos y anhelos por lo Absoluto. A través del
espíritu, Dios renuncia a su invulnerabilidad y se hace capaz de sufrir con
el ser humano, viviendo en él. "El soplo de Dios me hizo, el aliento
(Espíritu) del Todopoderoso me dio vida." (Job 33, 4).
De ahí que toda experiencia de una criatura del Espíritu sea también
experiencia del mismo espíritu. De ahí la frase de San Agustín: "Interior
intimo meo" y la de Calvino: "Fons vitae" . Es lo infinito en lo infinito,
lo eterno en lo temporal y lo imperecedero en lo perecedero. Por el Espíritu
Dios ama a su creación y está unido con cada una de sus criaturas
apasionadamente. Dios ama la vida a través de esa fuerza vital que es su
constante auto donación. Esto es un misterio, pues supone un vaciamiento de
sí por parte de Dios, que acepta el riesgo de habitar en sus criaturas.
Cuando una de ellas se aparta del Amor se vuelve angustiada, destructiva,
agresiva y egoísta. Entonces Dios es herido pero no abandona a los perdidos:
Sufre en las víctimas y padece tormento en los verdugos. Acompaña a los que
se arrepienten en su proceso de regreso a Él, los lleva de la mano y los
guía en su camino de DEIFICACIÓN ("Qeo(sij"); (Theósis) es decir, en
ese seguir el mandato de Cristo al aceptar su invitación a "Ser perfectos
como Nuestro Padre Celestial es perfecto" y así; reunificarnos con Dios.
En los momentos de dolor o angustia, en los de plenitud
y bienaventuranza, cuando creemos que no hay fe, también el Espíritu de Dios
peregrina con nosotros, descansando en nosotros, reconciliándonos con
nosotros mismos y con la realidad de Dios. Y así como Francisco de Asís,
podamos ver también al Espíritu en las demás personas y criaturas, esperando
la unificación de toda la naturaleza con Dios, ansiando el amor en el que
nos olvidamos de nosotros mismos, y al mismo tiempo nos encontramos.
Entonces
podemos vislumbrar a Dios en cada circunstancia y criatura, pues
experimentamos que en ellas Dios espera nuestro amor.
Ahora bien, toda esta manera de entender el Espíritu en el Antiguo
Testamento,
¿Tiene algo que ver con la tercera persona de la
Santísima Trinidad? Claro que no, pues ésta es una revelación de
la Nueva Alianza que se verá en Jesús de Nazaret. Con él se
inaugura la nueva era Mesiánica o del Espíritu. Jesús es concebido por el
Espíritu (Lc. 1, 35), pues su origen no es el davidismo de José, sino una
realidad completamente nueva, del Espíritu.
Dios unge con el Espíritu a Jesús en el Jordán, convirtiéndolo en el
Mesías que traerá el Reino. Con el envío del Hijo por el Padre
recibimos la filiación y el Espíritu (Gál. 4, 4-6). Jesús será el Hijo del
Hombre que coma con los pecadores y les proponga el Perdón
Divino y la solidaridad humana. "A Jesús de Nazaret lo ungió Dios con el
Espíritu Santo y poder" (Hch. 10, 38) El Espíritu es el dedo de Dios por
el que Jesús echa los demonios y trae el reino (Lc. 11, 20 ; Mt. 12, 28) .
El Espíritu es la fuerza y la energía de Dios que crea, que sana y que
levanta al caído y resucita. "Ese poder de Dios le hacía curar" (Lc. 5, 17)
El poder de Dios acababa con los príncipes del mal, los causantes y
favorecedores de tanta esclavitud y sufrimiento humano.
El dedo de Dios tocaba las heridas y curaba, tocaba a los enfermos y
recobraban su alegría y su libertad. De esa fuerza dijo Jesús que
serían revestidos sus apóstoles y discípulos (Hch.1, 8 ; 4, 31). De
ese modo ellos quedan llenos de Dios y pueden anunciar con valentía el
mensaje de la buena noticia del Reino, el Evangelio, que era "una
demostración de la fuerza del Espíritu" (1 Cor. 2, 4) Evangelio que
se extendía como "una fuerza exuberante del Espíritu" (1 Tes. 1, 5). Ese
Espíritu es el Amor, lo más fuerte que hay de Dios derramado en nuestros
corazones.
Jesús no fue impulsado transitoriamente por ese Espíritu como otros
antiguos profetas, sino que es llevado siempre en el Espíritu (Lc. 4, 1-14).
En el evangelio de San Juan, es donde aparece claramente el Espíritu
Santo como Dios y a la vez distinto del Padre y del Hijo: "Os aseguro que
os conviene que me vaya, porque si no me fuese, el Paráclito (asistente,
sustentador, velador, abogado) no vendría a
vosotros; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn. 16, 7). En una palabra, a
través del Espíritu, Jesús se impartirá a sí mismo en el corazón de sus
Discípulos y Amigos, sin las limitaciones del espacio y el tiempo.
También aparece en la Escritura el término "Otro" , que lo diferencia
de Jesús, pero, a la vez, hace presente al cristo glorificado de la
fe (1 Co. 15, 45)."el que se une al Señor, se hace un Espíritu con Él" (1
Co. 6, 17) "Si el Espíritu de Dios habita en vosotros... Si Cristo está en
vosotros... para que seáis fortalecidos en vuestro interior por su espíritu
y Cristo haga su hogar en vuestros corazones" (Rom. 8, 9-10 ; Ef. 3, 14-17)
"Quien me ama guardará mi mensaje, y mi Padre le amará y vendremos a él y
haremos morada en él" (Jn. 14, 23) ¡Qué humilde es el Espíritu! Viene a dar
testimonio de Jesús y del Padre; sucede como decía el teólogo Yves Congar:
"El Espíritu es la persona sin rostro". En el Evangelio de San Juan, el
Espíritu permanece perpetuamente sobre Jesús (Jn 1, 32-33) y Él es quien
"bautiza con Espíritu santo", pues lo entrega en la cruz (Jn 19,30), desde
arriba (Jn 3,3-7), al ser glorificado, estando disponible a partir de
entonces (Jn 7,39). El Espíritu también aparece, pues, en la muerte de
Jesús: "La sangre del Mesias, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha
ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha" (Heb 9,13-14). En definitiva, a
Jesús "Dios no le da el Espíritu por medida" (Jn 3,34), sino que "el Padre
ama al Hijo y todo lo pone en sus manos" (Jn 3,35). "En cuanto a vosotros,
no necesitáis que nadie os enseñe, pues la unción ( "crisma", el Espíritu
que ungió a Jesús) que habéis recibido de Él permanece en vosotros." (Jn. 2,
27).
Por cierto, el Evangelio de Juan afirma
rotundamente la personalidad del Espíritu Santo, ya que,
expresamente, quebranta las reglas del griego para referirse a "él"
"Pneu¿ma", (Pneúma) es una palabra neutra en griego, pero el
texto dice: "Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad" (Jn. 16, 13)
utilizando un pronombre masculino, pues, "Ekei¿noj" (ekínos)
significa aquél; con énfasis; y esto no es un mero recurso literario.
A partir de Jesús, el Espíritu es visto como una persona, el
"Otro Paráclito" , aunque todavía el Nuevo Testamento no se interesa
en definir la dogmática trinitaria, aunque ya empiece a señalarla (Mt. 28,
19) . El espíritu, por último, resucitará a Jesús (Rom. 1, 4),
quien, "después que Él fue exaltado a la Diestra de Dios y habiendo recibido
del Padre la promesa del Espíritu Santo lo ha derramado"(Hech. 2, 33). Lo
derramó en la fiesta de Pentecostés cuando celebraban los judíos la entrega
de la Torá en en el Sinaí.
Contaba la tradición rabínica que cuando se
entregó la Ley, todo el decálogo fue promulgado como un único sonido, pese a
lo cual "todo el Pueblo percibió la voces" (Ex. 20, 18). Para los judíos
había 70 pueblos en el mundo y cada pueblo recibió la Ley en su propio
idioma. Lucas se basa en este hecho, para configurar el episodio de
Pentecostés, donde la sobrecogedora experiencia del Espíritu, inesperada y
abrumadora, inaugura la Comunidad. Así, "todas las naciones bajo el Cielo"
Presentes en los peregrinos de la Fiesta, escucharon la Nueva Torah, la Ley
de Dios grabada ahora en los corazones y NO en las tablas de piedra. Esto
sería lo opuesto a la maldición de Babel. (Gen. 11, 9), donde se deshizo la
comunicación humana en la confusión de lenguas. Ahora solo hay un mensaje
para todos y está inspirado por el espíritu, grabado a fuego en el corazón.
A partir del Espíritu se organiza la misión cristiana, que NO es
iniciativa de Pedro, Juan, Santiago, Pablo o Bernabé, sino obra del Espíritu
que la compuso.
¿Qué hace el Espíritu en el Cristiano?
El Espíritu consagra, no en vano en el Espíritu "Santo", es decir,
santificador. Somos "elegidos según la presencia de Dios Padre para la
consagración del Espíritu" (1 P. 1,2).
El Espíritu hace real a Cristo dentro de nosotros, produciendo sus rasgos,
abonando sus frutos y desarrollando los carismas para el bien de la Iglesia.
"Y sabemos que (Dios) permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado"
( 1 Jn.3, 24). "reconocemos que está en nosotros y nosotros en Él, en que
nos ha dado a participar de su Espíritu"(1 Jn.4, 13). Ese mismo Espíritu nos
lo va enseñando todo. (1 Jn. 2, 20 – 27 ), dando
"testimonio nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom. 8, 16) Y
dándonos fuerzas para no pecar ( 1 Jn. 3, 9). El espíritu es el "Sello" de
Dios (Ef. 1, 13; 2 Cor. 1, 22) ; es como una marca que indica la firma del
dueño.
Es también las "Arras" (Ef. 1, 14; 2 Cor. 1, 22; 5, 5) , que es un
término que usaban los griegos para los negocios y que significa el
"Anticipo" ; de modo que el Espíritu es la prenda de la Eternidad, la
primera bendición, la inhabitación Divina que hará posible la glorificación
total del ser (Rom. 8, 10 – 11) . Otro término para referirse al Espíritu
es "Primicias", que era una expresión agrícola. Si los primeros frutos eran
buenos, la cosecha
también lo sería. El Espíritu es el mejor regalo de Dios, "La Promesa" con
artículo totalizante, pues es el mismo procesado y dispensado para vivir
dentro de los suyos. Y este Don NO es solo para unos pocos privilegiados,
sino para TODOS. El Apóstol, pide la
iluminación interior "para que sepáis" (Ef. 1, 18), para que tengamos
conocimiento de los hechos Divinos. "¿No sabéis que sois Templo de Dios y
que el Espíritu de Dios habita en vosotros? " (1 Cor. 3, 16) y "ese tesoro
lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que su fuerza superior
procede de Dios y no de nosotros" (2 Cor. 4, 7).
El Espíritu es siempre Espíritu Vivificante, Señor de Vida. (Rom.
8, 1 – 2 ) que hace posible la Nueva creación o humanidad y que nos va
metamorfoseando "Qeo¿sij" (Theósis) "a su imagen de gloria en Gloria" (2
Cor. 3, 18). Pablo dice claramente que los creyentes somos vasos, (Rom. 9,
21 – 23; 2 Cor. 4, 7) Los vasos son recipientes que contienen. Así, pues,
nosotros somos vasos que contienen a Dios. El ser humano es un recipiente de
Dios.
El hombre tiene "espíritu", que es metafóricamente hablando como un órgano
receptor de Dios (Cor. 32, 8; Zac. 12, 1; Prov. 20 – 27). Solamente
nuestro espíritu puede ser morada del Espíritu Santo. Sólo nuestro espíritu
puede contener al Espíritu. Pablo dijo: "El Señor
esté con tu espírutu" (2Tim. 4, 22) y dijo también que: "El Señor es el
Espíritu" (2 Cor. 3, 17; 1 Cor. 15, 45).
El Ser del hombre se compone de "espíritu, alma y cuerpo" (1 Tes.5,
23). Tenemos nuestro cuerpo físico con el que nos relacionamos con el
entorno, tenemos el alma "Vida Psíquica" por la que somos autoconscientes y
tenemos también el espíritu en lo más íntimo.(1 Ped. 3, 4) Por el que somos
conscientes del Absoluto; de Dios.
El Espíritu es diferente al Alma (Heb. 4, 12) ,
hasta donde se extiende en tanto llega la glorificación del cuerpo (Rom. 8,
10 –11).El instinto de la carne combate contra el espíritu y son tan
opuestos que no nos permite hacer lo que quisiéramos (Gal. 5, 17). La carne
es nuestro ser mortal y frágil, corrupto e incluso contaminado y transmutado
por la acción del pecado. La carne es, pues, la naturaleza humana, pecadora
e incapaz de salvarse y agradar a Dios. "De la carne nace carne" dijo Jesús
a Nicodemo.
Sólo el Espíritu produce Espíritu. "Yo se que en mí,
esto es en mi carne, no habita el bien" (Rom. 7, 18). El hombre caído
es totalmente carne.
Por eso dice Pablo que hay que crucificarla (Gal. 5, 24). La carne no tiene
arreglo y la única solución para superar el estado de carne (Filip. 3, 3) es
elevarse hasta el estado de espíritu (Rom. 8, 1-2). La carne es
irrecuperable y Dios va a dejarla donde está. La única
solución para tratar con la carne es volvernos a nuestro espíritu, donde
está el Espíritu Santo, Dios que nos inhabita (Gál. 2, 20; Jn. 14, 16-20;
Ef. 3, 16-17). Por medio pues de la "Qeo¿sij", nuestro espíritu se vuelve
una nueva Betel, el tercer cielo, el trono de
gracia, el lugar más fantástico del universo. Así se vence a la carne (Gál.
5, 16-17). Cuando estamos en el espíritu es como si estuviésemos en los
cielos, pues nuestro espíritu es la puerta del cielo (Gen. 28, 17; Ef. 2,
21), la verdadera Betel, la casa de Dios, el lugar santísimo (Heb. 10, 22)
y el trono de gracia (Heb. 4, 16).
Ahí es donde hay que invocar a Cristo, como hacen los monjes orientales,
como el corazón y con la boca (Rom. 10, 8-13). Invocar es gritar, saborear,
gustar, paladear el nombre del Señor, que significa la Persona del Señor.
"El Señor es Rico, con todos los que lo invocan" (Rom. 10, 12). ¡Cristo es
tan rico! Pablo pedía esa experiencia para todos los cristianos (Ef. 3,
14-21). Es como una borrachera (Ef. 5, 18-20). El Espíritu es esa agua de
Vida, que
todos debemos beber (Jn. 4, 14; 7, 37-39; 1Cor. 12, 13; 3, 2). Esa
fuerza espiritual también nos impulsa a orar (Rom. 8, 26-27) y a llamar a
Dios "PADRE!". Pablo habla de "gemidos inefables" (Rom. 8, 26-27) y de
"hablar en lenguas" (1 Cor. 12, 10) , que son
oraciones desde lo profundo del ser, pues el ser humano no es solo
conciencia y razón como ha demostrado la psicología profunda.
El Espíritu es el Creador de la "Koinoni¿a" (Kinonía, comunión,
solidaridad, compañerismo) (2 Cor. 13, 14; Filip. 2, 1; Hech. 2, 42).
"Esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;
uno es el cuerpo y uno el Espíritu" (Ef. 4, 3-4). El Espíritu es también
el inspirador de la Biblia, las Escrituras cristianas (Mc. 12, 36; Hech. 1,
16; 4, 25; 2 Tim. 3, 16; 2 Ped. 1, 20ss). En este último texto se nos
dice que la profecía viene de Dios y NO de las ideas personales del profeta.
La metáfora del texto griego es magnífica, pues sugiere la idea de un barco
que despliega sus velas al viento para que éste lo conduzca en la dirección
que quiera. De ese modo, los escritores NO fueron autómatas, sino, personas
de su tiempo, con sus respectivos trasfondos y mentalidades culturales.
Para los cristianos, "El Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu
del Señor; allí hay Libertad" (2 Cor. 3, 17), de hay la sinonimia
paulina de: "Estar en el Espíritu" y "Estar en Cristo". Ahora bien, el
Nuevo Testamento NO está interesado en explicar el misterio de la Santísima
Trinidad, sino que quiere que los fieles experimenten a Dios, en el Hijo
por el Espíritu. Ese "Pneu¿ma" (Pneúma) Libera, consagra, da
carismas, es testigo, inhabita, planifica, intercede, revela, inspira, habla
y guía.En definitiva, hace demasiadas cosas personales, y llega a estar
unido al Padre y al Hijo (2 Cor. 13, 13; Mt. 28, 19).
La expresión: "El Espíritu Santo y
nosotros hemos decidido..." (Hech.15, 28) es algo más que una
personificación literaria y "Mentir al Espíritu Santo" (Hech. 5, 3) es lo
mismo que "mentir a Dios" (Hech. 5, 4). Así pues, podemos llamar al
Espíritu Santo "Señor
vivificante" , como dice el credo que "Debe ser juntamente adorado y
glorificado".
¡Qué hondura y profundidad la de Dios!
Dios es más profundo que todas las cosas, que los océanos, que el Universo,
más alto que el cielo y más hondo que el abismo, qué hay más allá? Si no
fuera porque Él se nos ha revelado por medio del Espíritu que lo sondea y
conoce todo, incluso las profundidades de
Dios...Nadie conoce lo propio de Dios, ni siquiera el más sabio de los
teólogos, ni el más Santo de los padres espirituales, sino es el Espíritu de
Dios, ahora bien, nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu de Dios, que nos hace contemplar (a
veces) que Dios es Bondadoso, y Misericordioso y que nos ha hecho
innumerables regalos.

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